Las hepatitis virales representan un verdadero problema de salud pública a nivel mundial, pero también regional y local. Su impacto radica en las complicaciones que pueden generar, algunas de las cuales son potencialmente mortales.
Autor: Dr.Marcelo Laurido
Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las hepatitis virales figuran en el séptimo lugar como causa más frecuente de mortalidad a nivel mundial; se estima que 1.400.000 personas mueren anualmente, tanto por hepatitis agudas como por las complicaciones de las hepatitis crónicas; de hecho, la tasa de mortalidad global por hepatitis virales ha superado a la mortalidad por VIH, tuberculosis y malaria.
Según la OMS, se estima que aproximadamente unos 2.000 millones de personas se han infectado con el virus de la hepatitis B, de los cuales unos 350 millones padecen actualmente una hepatitis crónica por este virus. Por su parte, se estima que la prevalencia a nivel mundial de la hepatitis C es cercana al 3%, lo que representa unos 170 millones de personas. En cuanto a la hepatitis D, dado que se trata de un patógeno que requiere la presencia del virus de la hepatitis B para poder multiplicarse, su prevalencia se estima en un 5% de la población crónicamente infectada con hepatitis B, lo cual resulta en 10 a 15 millones de personas. Estas tres hepatitis virales tienen en común la transmisión parenteral y la progresión hacia formas crónicas.
Por su parte, las hepatitis A y E comparten el mecanismo de transmisión fecal-oral y suelen ser autolimitadas, por lo que habitualmente no causan cuadros serios o crónicos. Sin embargo, en el caso de la hepatitis A, las personas que la adquieren a edades muy tempranas o luego de los cincuenta años tienen un riesgo aumentado de presentar complicaciones, mientras que en el caso de la hepatitis E, su adquisición durante el embarazo aumenta el riesgo de esteatosis y hepatitis grave, así como también incrementa la morbimortalidad neonatal. En cuanto a la incidencia de la hepatitis A, se estima que 1,4 millones de personas se infectan cada año en el mundo, a pesar de que existen vacunas altamente efectivas, y en relación a la hepatitis E se observan seroprevalencias muy variadas en diferentes poblaciones (entre el 1,5% y 26%), en general vinculadas con bajos niveles sanitarios.
En Argentina, gracias a la incorporación de la vacunación para la hepatitis A en el calendario nacional de inmunizaciones a partir del año 2005, los nuevos casos de esta infección se han reducido drásticamente y las complicaciones graves ya no se observan. En cuanto a la hepatitis E, se trata de una zoonosis con casos esporádicos y no se conoce con exactitud su prevalencia.
Diferente es el caso de la hepatitis B, que si bien tiene una vacuna efectiva incorporada en el calendario nacional de inmunizaciones, su prevalencia se mantiene estable en la última década, probablemente asociada a la población adulta no inmunizada que mantiene la transmisión principalmente por vía sexual.
Pero es la hepatitis C quien ha acaparado la atención en los últimos años debido a la disponibilidad de tratamientos orales sencillos y de corta duración que pueden curar la infección con tasas superiores al 95%. Se estima que en nuestro país, la prevalencia de la hepatitis C está alrededor del 1,5%, lo cual representa más de 600.000 personas infectadas, de las cuales el 80% padece una hepatitis crónica. El gran desafío es aumentar la cantidad de personas diagnosticadas dado que dos tercios de la población con esta patología no saben que la padecen, pero también garantizar el acceso al tratamiento antiviral dada su elevada eficacia.